Ayer, 4 de febrero, el mundo conmemoró el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer, una fecha importante para reflexionar sobre la magnitud de esta enfermedad, que es una de las principales causas de muerte a nivel global. Más allá de la importancia de los avances médicos y la detección temprana, hay un aspecto fundamental que sigue sin recibir la atención suficiente: la prevención a través de cambios en la alimentación y los hábitos de salud.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cáncer es responsable de aproximadamente 10 millones de muertes al año. Se estima que más del 30% de los casos podrían prevenirse con cambios en el estilo de vida, incluyendo una mejor alimentación, la eliminación del tabaquismo y la reducción del consumo de alcohol.
Sin embargo, vivimos en una sociedad donde el consumo de alimentos ultraprocesados, altos en azúcares y grasas trans, es cada vez más común. La industria alimentaria ha promovido durante décadas productos que son accesibles, pero nutricionalmente deficientes, contribuyendo a enfermedades metabólicas como la obesidad y la diabetes, que a su vez aumentan el riesgo de cáncer.
Múltiples estudios han demostrado que ciertos alimentos pueden aumentar o disminuir el riesgo de desarrollar distintos tipos de cáncer. Por ejemplo:
Alimentos procesados y carnes rojas: La OMS ha clasificado las carnes procesadas (como embutidos) como carcinógenos, aumentando el riesgo de cáncer colorrectal.
Azúcares refinados y carbohidratos simples: Contribuyen al desarrollo de obesidad y diabetes tipo 2, factores de riesgo importantes para varios tipos de cáncer.
Frutas, verduras y fibra: Ricas en antioxidantes y compuestos bioactivos que pueden proteger contra la inflamación y el crecimiento celular anormal.
Grasas saludables: Como las presentes en el aguacate, el aceite de oliva y los frutos secos, tienen propiedades antiinflamatorias que pueden reducir la incidencia de ciertos tipos de cáncer.
A pesar de esta información, la educación en alimentación saludable sigue siendo una deuda pendiente en muchas sociedades. Es imprescindible que desde los hogares, las escuelas y las instituciones de salud se fomente un modelo de nutrición basado en alimentos frescos y naturales.
Además de la alimentación, otros factores juegan un papel crucial en la prevención del cáncer:
Ejercicio regular: Mantenerse físicamente activo reduce el riesgo de varios tipos de cáncer, incluyendo el de mama y colon.
Eliminación del tabaco y reducción del alcohol: El tabaco es responsable de al menos un tercio de los casos de cáncer, mientras que el consumo excesivo de alcohol está asociado a cánceres de hígado, esófago y boca.
Control del estrés y salud mental: El estrés crónico y la falta de sueño pueden alterar el sistema inmunológico y favorecer procesos inflamatorios en el cuerpo.
El cáncer no es solo un problema individual, sino una cuestión de salud pública. Es fundamental que los gobiernos impulsen políticas de prevención, como etiquetados claros en los alimentos, impuestos a productos ultraprocesados y mayor acceso a opciones saludables. De igual manera, la promoción de campañas educativas sobre la importancia de un estilo de vida saludable debe ser prioridad.
La lucha contra el cáncer no solo se libra en los hospitales, sino en la mesa y en nuestro estilo de vida.
Es momento de actuar.