En las carreteras de Ecuador, una sombra silenciosa acecha, cobrando más vidas de las que muchos imaginan: la imprudencia al volante. Mientras la violencia criminal, personificada en la figura del sicario, genera comprensible alarma y ocupa titulares, las estadísticas revelan una verdad escalofriante; un conductor irresponsable puede segar muchas más vidas en un instante de lo que un asesino a sueldo podría hacerlo en un periodo similar.
Las cifras de 2024 son un crudo testimonio de esta realidad (en ese periodo se registraron 2.182 muertes en accidentes de tránsito, mientras que el número de homicidios fue de 6.847). La pérdida de vidas por la violencia criminal es pan de todos los días en nuestro país, el goteo constante de muertes en las carreteras, a menudo atribuibles a la negligencia, el exceso de velocidad y la conducción bajo los efectos del alcohol, también llena de dolo ry luto a las familias ecuatorianas.
Es particularmente preocupante reflexionar sobre la responsabilidad de quienes conducen vehículos de transporte público. Un chofer de autobús tiene en sus manos el destino de decenas de personas. Cada viaje representa la confianza depositada por padres, hermanos, hijos y amigos en la pericia y la prudencia de ese conductor. Sin embargo, la frecuencia con la que se reportan incidentes de conducción temeraria en buses interprovinciales y urbanos sugiere una alarmante falta de conciencia sobre la magnitud de esta responsabilidad. Un segundo de distracción, un exceso de confianza o la simple omisión de las normas de tránsito pueden convertir un viaje rutinario en una catástrofe con consecuencias devastadoras para múltiples familias. A esto se suma la falta de previsión y mantenimiento de algunas unidades de transporte masivo.
Es imperativo que la sociedad ecuatoriana tome conciencia de que un volante en manos irresponsables puede ser un arma letal, capaz de segar vidas de forma masiva. Se necesitan medidas urgentes y coordinadas que involucren a las autoridades, los conductores, las empresas de transporte y la ciudadanía en general para revertir esta tendencia y priorizar la seguridad vial como un asunto de vida o muerte. La vida de muchos ecuatorianos depende de ello.