Es común escuchar: «¿Cómo puedes criticar al capitalismo si usas un iPhone?». Esta crítica aparece frecuentemente en redes sociales, pero ignora una realidad importante: la mayoría de las tecnologías que hacen funcionar a un iPhone no fueron creadas por empresas privadas, sino por investigaciones financiadas con dinero público.
Para entender esto, pensemos en las partes más importantes de un iPhone: la pantalla táctil, el internet, el GPS y las telecomunicaciones. Todas estas tecnologías nacieron gracias a que los gobiernos invirtieron millones de dólares en investigación, sin preocuparse por ganancias inmediatas. El sector privado llegó después, cuando estas tecnologías ya existían, para convertirlas en productos comerciales.
¿Entonces qué aportó realmente el capitalismo al iPhone? Dos cosas principales: primero, la obsolescencia programada, que hace que los dispositivos fallen o se vuelvan obsoletos cuando aparece un nuevo modelo. Un claro ejemplo: mientras un iPod Classic de 2001 quedó inutilizable por actualizaciones forzadas del sistema operativo, un reproductor de CD de la misma época sigue funcionando perfectamente hoy. Es una comparación válida al ser dispositivos con la misma función básica: reproducir música. El software puede hacer obsoleto un dispositivo que debería seguir funcionando normalmente. La segunda aportación es más oscura: la explotación laboral, que incluye trabajo infantil en minas de cobalto (mineral esencial para la fabricación de pantallas táctiles y chips electrónicos), y condiciones laborales precarias en las fábricas de ensamblaje.
El argumento de la hipocresía se desarma solo, si usar un iPhone invalida las críticas al capitalismo, entonces cualquier persona que se oponga al trabajo infantil tampoco debería usar uno, ya que en su proceso de fabricación participan menores de edad. La realidad es que vivimos en un sistema donde es prácticamente imposible no participar en él, incluso cuando queremos criticarlo.
Lo importante no es si usas o no un iPhone al criticar el sistema económico actual. Lo relevante es entender que las grandes innovaciones tecnológicas que disfrutamos hoy surgieron principalmente de economías planificadas, donde el Estado, a través de la inversión pública y la investigación científica, dirigió recursos específicamente para desarrollar estas tecnologías. Este patrón se repite en casos más recientes: Tesla, por ejemplo, utilizó el desarrollo previo del motor eléctrico, una tecnología con más de un siglo de investigación en universidades y laboratorios gubernamentales. La empresa recibió cerca de 5 mil millones de dólares en subsidios públicos, que fueron fundamentales para establecer sus plantas de producción y lograr la fabricación en masa de vehículos eléctricos. Esto demuestra cómo el éxito de Tesla se construyó sobre tecnología pública preexistente y un importante apoyo gubernamental, mientras que SpaceX ha construido su éxito sobre décadas de investigación y tecnología desarrollada por la NASA, una institución del gobierno federal estadounidense.
Este modelo de desarrollo tecnológico, más cercano a los principios de planificación económica socialista que al libre mercado capitalista, fue el que sentó las bases para lo que hoy conocemos como iPhone.
Es una ironía histórica que las tecnologías fundamentales de uno de los productos más emblemáticos del capitalismo fueran desarrolladas bajo un modelo de inversión planificada estatal. El capitalismo no inventó el iPhone; lo que hizo fue tomar estas tecnologías existentes, creadas con fondos públicos y bajo principios de planificación económica, para empaquetarlas en un producto comercial. A esto le añadió sus propias prácticas distintivas: la obsolescencia programada para garantizar compras frecuentes y la explotación laboral para maximizar ganancias.
Esta realidad desafía la narrativa común de que la innovación solo puede surgir del libre mercado y la competencia capitalista. De hecho, muchos de los avances tecnológicos más significativos del siglo XX surgieron de investigaciones financiadas por el Estado, donde el objetivo principal no era el beneficio económico inmediato, sino el desarrollo tecnológico a largo plazo.