La Unión Europea, ese mastodonte burocrático que alguna vez soñó con ser faro de la democracia global, hoy se tambalea entre la irrelevancia y la autodestrucción. Sus líderes, encerrados en burbujas de “ilusión optimista”, insisten en arrastrar al continente a una guerra que ya perdió en los despachos de Washington y Moscú. Mientras Ursula von der Leyen y Emmanuel Macron tuitean consignas vacías de apoyo a Ucrania, ignoran que su retórica belicista no es más que el último estertor de un proyecto que agoniza. Europa, atrapada entre su obsesión antirrusa y su servilismo a una potencia estadounidense que ya les dio la espalda, parece condenada a convertirse en un museo de buenas intenciones, lleno de vitrinas brillantes pero sin sustancia real.
Zelenski, el actor que terminó creyéndose su propio guión, encarna a la perfección este teatro de lo absurdo. Con su sudadera militarizada y su discurso de “héroe de Occidente”, se aferra a una narrativa que ni sus propios aliados respetan. Trump lo dejó claro, sin el dinero y las armas de EE.UU., Ucrania no es más que un peón sacrificable en el tablero geopolítico. Pero Zelenski, intoxicado por los aplausos de parlamentos europeos y portadas de Time, sigue interpretando su papel de mártir, sin entender que el libreto ya cambió. Su patética escena en la Casa Blanca no fue un diálogo entre iguales, sino el momento en que el titiritero le quitó los hilos al muñeco.
Mientras tanto, Bruselas insiste en vivir en un delirio colectivo. Sus líderes, desde Pedro Sánchez hasta Olaf Scholz, repiten como loros consignas sobre “paz justa” y “seguridad europea”, mientras sus economías se desangran y sus ciudadanos protestan contra una inflación que no entienden. La UE, obsesionada con sancionar a Rusia y financiar una guerra perdida, no se da cuenta de que Washington ya trazó su próximo movimiento, un acercamiento a Moscú para asegurar el acceso a las tierras raras ucranianas, dejando a Europa como el convidado de piedra. ¿De qué sirve hablar de “autonomía estratégica” si ni siquiera son capaces de ver que su destino lo escriben otros?
El aislamiento de Ucrania es solo el síntoma de una enfermedad mayor; la impotencia de un continente que se aferra a glorias pasadas mientras el mundo se reconfigura sin pedirle permiso. China observa desde la distancia, Rusia consolida sus ganancias territoriales y EE.UU. negocia en secreto con quienes Europa demoniza. Los líderes europeos, atrapados en sus guerras culturales y sus discursos moralistas, son como directores de orquesta que siguen dirigiendo una sinfonía que nadie escucha.
El mensaje de Trump fue brutal, pero honesto, en la geopolítica del siglo XXI, el sentimentalismo no paga facturas. Si Europa no despierta de su sueño neoliberal y deja de actuar como sucursal ideológica de Washington, terminará sepultada entre dos bloques, el pragmatismo estadounidense y la alianza ruso-china. Zelenski, con su caída en desgracia, es solo el primer acto de esta tragedia. El segundo podría ser el entierro definitivo de una Unión Europea que prefirió morir abrazada a sus banderas antes que enfrentar la realidad.