“Así no era el regreso, mi flaco”, escribió Jennifer Vera en sus redes sociales, luego de ver el féretro cubierto con la bandera del Ecuador, su hermano, Víctor Adrián Vera Minga, volvió a casa, pero no como ella lo imaginó.
El cabo segundo del Ejército fue uno de los once militares asesinados en un ataque en Alto Punino, Orellana. Su cuerpo llegó a Machala entre sollozos, aplausos y una tristeza que no cabe en palabras. Tenía apenas 32 años y un hijo que hoy se queda sin el abrazo de papá.
Desde pequeño, Víctor destacaba por su temple. “Nunca imaginó ser militar, pero el destino lo llamó”, recuerda Jennifer. Incursionó en varios oficios, incluso como chef, pero bastó una temporada al cuartel para enamorarse de la vida militar. Se graduó como tecnólogo en Ciencias Militares en 2017 y desde entonces su historia se escribió entre selvas, disciplina y patria. Aquel día, formaba parte de un operativo contra la minería ilegal cuando fue emboscado por un grupo armado irregular.
“Él decía que quería morir en una guerra, como los grandes”, repite su hermana, con la voz quebrada. Y se cumplió. Pero nadie estaba listo para perderlo tan pronto. Había perdido a su padre hace dos años y a su hermana mayor en 2015. Ahora, su madre y Jennifer se quedan solas, aferradas a los recuerdos de un hijo amoroso, un hermano protector y un padre que adoraba a su pequeño de cinco años.
En las calles de Machala, donde creció, lo recuerdan como un joven noble, de sonrisa tranquila y mirada firme. Hoy, su nombre vive en cada lágrima, en cada mensaje que lo llama “héroe”. Porque Víctor no solo cayó en combate; cayó defendiendo el suelo que amaba. Y aunque su historia terminó entre balas y explosiones, el eco de su vida sigue latiendo fuerte en los corazones que dejó atrás.