La desaparición de los cuatro niños en Guayaquil ha estremecido a la sociedad ecuatoriana, evidenciando una problemática que, aunque persistente, muchas veces es ignorada o minimizada. Este caso, más que un hecho aislado, refleja un síntoma profundo de las falencias estructurales que atraviesa el país en términos de seguridad, protección infantil y respuesta institucional.
Ecuador ha registrado casos de desapariciones, particularmente de niños y adolescentes. De acuerdo con cifras oficiales, miles de personas son reportadas como desaparecidas anualmente, y una parte significativa de estas son menores. Estos hechos, que destrozan familias y comunidades, están muchas veces vinculados a redes de trata de personas, explotación laboral, mendicidad forzada y otras formas de violencia.
La ausencia de programas efectivos que eduquen a las comunidades sobre cómo proteger a los niños de situaciones de riesgo deja un vacío que muchas veces es llenado por la desinformación. Ecuador atraviesa una crisis de seguridad sin precedentes, con un aumento de bandas delictivas que ven en los menores un blanco fácil para actividades ilícitas. La pobreza, la falta de acceso a la educación y la descomposición del tejido social agravan la exposición de los niños a riesgos.
Episodios similares han sucedido en el pasado, y en muchos de ellos se observa una constante: la inacción o reacción tardía de las autoridades. Cada caso no resuelto no solo perpetúa la impunidad, sino que también profundiza la sensación de inseguridad y desamparo entre los ciudadanos.
Si bien el rol del Estado es fundamental, la sociedad ecuatoriana también debe asumir su parte en esta lucha. La desaparición de un niño no es solo el problema de una familia, sino de todos. Es indispensable una cultura de solidaridad y vigilancia comunitaria que permita identificar situaciones de riesgo y prevenir futuros casos.
La desaparición de los cuatro niños en Guayaquil no debe ser otro caso olvidado. Este episodio debe ser un punto de inflexión, un momento para que el Ecuador reflexione y actúe con contundencia. Los niños son el futuro del país, y garantizar su protección es nuestra responsabilidad más sagrada. La indiferencia no puede ser una opción; la acción colectiva, sí.