La reflexión sobre la erradicación de la violencia contra la mujer es un tema que debe ser un ejercicio cotidiano y permanente en nuestras sociedades, pues la violencia de género es una problemática estructural que afecta a millones de mujeres y niñas en todo el mundo.
Las cifras son contundentes: una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida, la mayoría de las veces por parte de su pareja. En América Latina, considerada una de las regiones más peligrosas para ser mujer, los feminicidios son una muestra cruel de cómo esta violencia trasciende lo privado y se convierte en una crisis pública. Cada caso no solo representa una vida perdida, sino un fracaso colectivo como sociedad.
La reflexión diaria sobre la violencia contra la mujer es importante para lograr cambios reales. Este ejercicio implica cuestionar las dinámicas culturales, sociales y económicas que perpetúan la desigualdad de género. ¿Por qué seguimos normalizando comportamientos violentos? ¿Cómo educamos a nuestras niñas y niños en torno al respeto y la igualdad? Estas preguntas deben estar presentes en nuestras conversaciones cotidianas, en las políticas públicas y en la educación formal.
Hablar sobre la violencia de género desde edades tempranas es fundamental. La familia, la escuela y los medios de comunicación tienen un papel esencial en desmantelar los estereotipos que alimentan la desigualdad. Es necesario fomentar el respeto mutuo, enseñar a identificar conductas tóxicas y promover el empoderamiento de las niñas y mujeres como agentes de cambio en sus comunidades.
Los Estados tienen la obligación de garantizar sistemas judiciales accesibles y efectivos, implementar programas de prevención y protección, y asignar recursos suficientes para erradicar la violencia de género. Sin voluntad política, cualquier esfuerzo queda en discursos vacíos y conmemoraciones simbólicas.
Organizaciones feministas y movimientos sociales han sido fundamentales en mantener vivo el debate sobre la violencia contra la mujer. Sus denuncias, marchas y propuestas han empujado a los gobiernos y a las comunidades a no mirar hacia otro lado. Sin embargo, todos tenemos un rol que desempeñar. Desde quienes enseñan en las aulas hasta quienes lideran empresas, cada espacio puede convertirse en un lugar seguro para las mujeres.
La eliminación de la violencia contra la mujer no es un objetivo que se logrará con un día de activismo al año, sino con un compromiso constante y colectivo. El silencio y la indiferencia son cómplices de la violencia. Por ello, hagamos de cada día una oportunidad para cuestionar y cambiar las estructuras que perpetúan el machismo, para educar desde la igualdad y para exigir políticas que protejan y empoderen a las mujeres.