La democracia es un pilar fundamental para la convivencia armónica en las sociedades contemporáneas. En palabras del venezolano Edmundo González, un sistema democrático verdadero no es simplemente el acto de votar cada cierto tiempo, sino un proceso continuo que garantiza el respeto a los derechos humanos, la participación ciudadana y la existencia de un estado de derecho sólido. Desde esta perspectiva, la verdadera democracia no puede florecer si no se respeta la Constitución y las normas que rigen la vida política y social de un país.
Un sistema democrático real se basa en tres elementos fundamentales: el estado de derecho, la separación de poderes y la participación ciudadana. Sin estas bases, la democracia se convierte en una ilusión que oculta prácticas autoritarias. González enfatiza que el estado de derecho no puede ser negociable. Cuando los gobernantes violan las normas constitucionales para mantenerse en el poder o beneficiar a un grupo reducido, se pierde la confianza ciudadana, y con ello, se socavan los cimientos del sistema democrático.
Además, una democracia auténtica debe fomentar la participación de todos los sectores de la sociedad, especialmente de aquellos históricamente marginados. González ha destacado que las democracias deben ser inclusivas y garantizar que las voces de las minorías sean escuchadas. Esto no solo fortalece la legitimidad del sistema, sino que también crea un entorno donde las decisiones políticas reflejan las necesidades y aspiraciones de toda la población.
El respeto a la Constitución es un indicador claro de la salud democrática de un país. Sin embargo, en América Latina, muchas veces este principio es vulnerado por líderes populistas que utilizan el poder para modificar las leyes a su conveniencia. Según González, esta práctica no solo es antidemocrática, sino que también perpetúa ciclos de corrupción e impunidad.
En este sentido, el caso de Venezuela es emblemático. El constante cambio y manipulación de las normas constitucionales, bajo el pretexto de reformas necesarias, ha llevado al país a una crisis política y social sin precedentes. La experiencia venezolana nos recuerda que la Constitución debe ser respetada no solo por los ciudadanos, sino especialmente por quienes tienen el poder de legislar y ejecutar las leyes.
La fragilidad de las democracias en América Latina también se ve reflejada en el ascenso de líderes autoritarios que desprecian las normas institucionales. Edmundo González ha advertido que, mientras los ciudadanos no exijan rendición de cuentas y transparencia, los gobiernos seguirán abusando del poder. Esto convierte al respeto por la Constitución en una lucha constante que requiere una ciudadanía vigilante y activa.
Los peligros del autoritarismo no solo están presentes en países con regímenes consolidados, sino también en democracias aparentemente estables. La polarización política, la desinformación y la falta de educación cívica han permitido que muchos ciudadanos se conformen con liderazgos populistas que sacrifican los principios democráticos en nombre de soluciones rápidas.