En la mañana me levanto y busco un buen café (de preferencia arábigo muy cargado) para comenzar con energías, claro está, ahora no hay como tomar con azúcar blanca, si no que toca comprar estevia y esas cosas para prevenir las enfermedades terroríficas de la modernidad. Luego reviso el correo electrónico, las noticias, redes sociales virtuales en el teléfono mientras estoy en ese metro apretado (cuando ando en Quito) o ese metro-vía (cuando ando por Guayaquil) o en algún bus urbano (depende la ciudad porque a veces no hay ni camionetas en la selva); en el camino al trabajo de turno uno se pone a pensar en mil un cosas que ni merecen ser descritas, hasta que asoma un vendedor de caramelos informal que nos quita la concentración y nos recuerda los graves problemas sociales del país.
Uno revisa el reloj y ya dio el medio día y toca ir buscando un restaurant para el almuerzo, varias veces el trabajo de la oficina es tanto que sin darme cuenta perdí mi media hora de almuerzo, de allí toca entrar en debate con el jefe de turno aunque a veces a mí me toca ser el jefe y es allí donde uno recibe los insultos en la espalda. Después llegó a casa y sigo revisando correos electrónicos de toda índole que vienen de lectores de mis artículos al otro lado del mundo, emails de la universidad en donde toca discutir con algún profesor del porque no le gusta mi tema de tesis, correos para efectuar pagos, ex novias que me restriegan sus éxitos en la vida, etc. Después de hablar por teléfono, toca salir a caminar por la zona para conseguir comida (sorteando de no caer asaltado o con balas perdidas), leer el periódico (lo cual es difícil conseguir ya que nadie lee en papel) o un libro (otro problema ya ni librerías hay), a lo que uno finalmente se dispone a dormir a las 00:00.
Cada día puede parecer -normal- en donde nadie se amargo demasiado, sigo vivo y así toca esperar el día de mi jubilación en algún Ministerio si es que llego a viejo. Sin embargo, que chévere hubiera sido salir a trotar en la mañana, ir temprano en el Metrobús para que me toqué asiento, en el trabajo ponerle mi renuncia al jefe (de paso decirle que nunca me simpatizó el partido político en el que antes militamos), ir a almorzar en un hotel 5 estrellas sin que mi tarjeta de crédito lloré… en la noche decirle por email a mi tutor de tesis: “vea es una simple maestría no estoy sacando un doctorado en Oxford para curar el cáncer, apruébeme rápido mi tema de tesis ya que tal vez nunca ejerza lo que estoy estudiando”. Y eliminar todos esos emails que solo me ponen de mal humor.
Lamentablemente, todos estamos presos de la rutina, la clave es salir de eso y liberarse. Por eso hoy decidí cambiarme de trabajo pero bueno por algo se empieza, ya que también me toca cambiarme de ciudad, departamento, cambiar de guardarropa, etc. Ojala y los problemas de este país se solucionaran haciendo conciencia de que “la rutina nos mata” y de paso oxigenamos a esos políticos camiseteros que vienen desde el siglo pasado sin jubilarse.