La reciente llamada telefónica entre Donald Trump y Vladimir Putin, descrita por el propio presidente estadounidense como “larga y muy productiva”, ha capturado la atención internacional al centrarse en temas cruciales como la búsqueda de poner fin a la guerra en Ucrania, la cooperación energética y las relaciones bilaterales entre ambos países. Este diálogo marca un punto de inflexión en el manejo del conflicto ucraniano, especialmente porque Trump destacó durante la conversación el uso del lema “sentido común” por parte de Putin, señalando que, bajo su presidencia, este enfrentamiento “nunca habría ocurrido”. Además, enfatizó la urgencia de detener las muertes y las devastaciones humanitarias causadas por el prolongado conflicto.
Uno de los gestos más simbólicos derivados de esta interacción fue la liberación del ciudadano estadounidense Marc Fogel, quien había sido detenido en Rusia. Trump celebró este acto como una muestra tangible de buena voluntad por parte de Moscú, lo que podría allanar el camino para futuras negociaciones diplomáticas. Este enfoque contrasta notablemente con la estrategia adoptada por Europa durante los últimos tres años, la cual se centró en apoyar militarmente a Ucrania con la esperanza de lograr una victoria decisiva sobre Rusia. Sin embargo, esta postura no solo ha resultado en promesas incumplidas y una dependencia creciente de Europa hacia Estados Unidos, sino también en una prolongación innecesaria del sufrimiento humano y material, dejando a las naciones europeas en una posición vulnerable mientras Washington retoma protagonismo en las negociaciones globales.
Mientras tanto, el panorama actual en Ucrania refleja una realidad sombría, según datos recientes, Rusia controla aproximadamente el 20% del territorio ucraniano, incluyendo ciudades estratégicas como Avdiivka, Vuhledar, Kurajove, Toretsk y gran parte de la región del Donbás. Estos avances consolidan la influencia rusa en la zona y debilitan aún más la capacidad de Ucrania para negociar desde una posición de fuerza. Tras miles de víctimas civiles y militares, así como ciudades enteras reducidas a escombros, surge inevitablemente la pregunta ¿era realmente necesario llegar a este nivel de destrucción para alcanzar un escenario que, en esencia, podría haberse planteado antes de la escalada bélica? La respuesta parece evidente, Europa priorizó mal sus intereses al depender exclusivamente de una solución militar respaldada por Washington, en lugar de buscar activamente alternativas pacíficas que protegieran su estabilidad regional.
Europa fracasó rotundamente en asegurar su autonomía estratégica y estabilidad interna; y Rusia celebra avances territoriales que fortalecen su posición geopolítica. En este contexto, cualquier acuerdo de paz que eventualmente surja —si es que llega— estará definido principalmente por los términos impuestos por Washington y Moscú, relegando a Bruselas y Kiev a meros espectadores en un tablero dominado por potencias externas.
Este episodio subraya una vez más la importancia de abordar los conflictos internacionales mediante el diálogo pragmático y soluciones basadas en el “sentido común”, tal como lo expresó Trump tras su llamada con Putin. Queda por ver si esta nueva dinámica abrirá realmente las puertas a una resolución duradera o si simplemente perpetuará viejas tensiones bajo nuevas formas.