En cada rincón del país, desde los mercados hasta las universidades, desde las redes sociales hasta las sobremesas familiares, hay una pregunta que se repite con insistencia: ¿quién ganará las elecciones presidenciales? Una interrogante que parece más una apuesta que una predicción razonada, especialmente cuando el escenario político se define por una disputa tan cerrada como la que protagonizan Daniel Noboa y Luisa González.

No hay bolas de cristal, y mucho menos certezas en la política ecuatoriana, donde la volatilidad del electorado, la frustración acumulada y la inseguridad palpable han convertido el voto en una herramienta impredecible. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es leer los gestos, las estrategias y las señales de cada uno de los candidatos para intentar entender qué está en juego y qué busca el electorado.

Noboa, el joven presidente que llegó al poder con un discurso de renovación y pragmatismo, ha logrado consolidarse en sectores urbanos y en parte de la juventud que ve en él una figura más cercana al mundo contemporáneo. Su gobierno, marcado por medidas de emergencia frente a la inseguridad, ha recibido tanto apoyos como críticas. Si bien ha proyectado liderazgo frente al crimen organizado, también ha sido cuestionado por su estilo cerrado, la falta de diálogo y los problemas estructurales no resueltos como la crisis energética y el desempleo.

De cara al 13 de abril, Noboa apuesta por la suma de la gestión con una campaña de corte ejecutivo: mostrar que está haciendo, que no ha perdido tiempo y que el país necesita continuidad para estabilizarse. Pero también enfrenta una resta de confianza de aquellos que ven en su administración una reedición de errores del pasado o una falta de conexión real con los sectores populares.

Luisa González, representante del correísmo, regresa al ruedo con la firme intención de recuperar el terreno perdido en 2023. Su ventaja radica en el núcleo duro de votantes del correísmo, fieles a la narrativa de la década ganada, que ven en ella una continuidad del modelo de justicia social, inversión pública y liderazgo.

No obstante, González también enfrenta un gran reto: la resta del anticorreísmo, que aún está vigente en amplios sectores de la sociedad. Para ganar, no le basta con movilizar a los suyos, necesita sumar a indecisos, jóvenes, y sectores desencantados con Noboa o el ya conocido antinoboismo, pero temerosos del retorno de un modelo político que consideran autoritario.

Su campaña ha tratado de suavizar el discurso, acercarse a nuevos públicos, y mostrar un rostro más conciliador, menos de confrontación. Pero el tiempo es corto y el margen de error, mínimo.

El panorama político ecuatoriano no está para predicciones fáciles. Las encuestas muestran empates técnicos, y la participación electoral sigue siendo una incógnita. Los grandes bloques ya están definidos, pero la batalla está en los márgenes: los votos nulos, los indecisos, los jóvenes que podrían abstenerse, y aquellos que votan “en contra de” más que “a favor de”.

Ambos candidatos están en plena operación de suma y resta, tratando de consolidar lo propio y arañar lo ajeno. Y mientras lo hacen, el país entero sigue preguntándose quién ganará. Pero quizá la pregunta más importante no sea quién, sino cómo gobernará quien gane, en un contexto donde el desgaste político, la violencia y la crisis social exigen mucho más que una victoria electoral: exigen un liderazgo con legitimidad, visión y capacidad de acuerdos.

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