Diciembre siempre ha sido un mes de esperanza y unión para las familias ecuatorianas, caracterizado por las celebraciones, las tradiciones y un evidente dinamismo en el comercio. Sin embargo, en 2024, el panorama ha cambiado drásticamente. La crisis económica, la inseguridad y la falta de empleo han transformado este mes, poniendo en evidencia las profundas tensiones sociales y económicas que atraviesa el país.

El clima de inseguridad que vive Ecuador afecta directamente el comportamiento de los consumidores. Las estadísticas de delitos, robos y asaltos en lugares públicos generan temor en la ciudadanía, lo que reduce significativamente la frecuencia de visitas a centros comerciales, mercados y tiendas locales. Muchos prefieren comprar en línea, no tanto por comodidad, sino por evitar riesgos. Sin embargo, esta alternativa no siempre está al alcance de todos, ya que requiere acceso a tecnologías y métodos de pago que no son universales en el país.

Pequeños comerciantes, que tradicionalmente se beneficiaban del flujo constante de clientes en esta temporada, ahora enfrentan ventas reducidas. Además, la inseguridad ha encarecido las operaciones comerciales debido a los costos adicionales en seguridad privada o sistemas de vigilancia, un gasto que termina trasladándose al consumidor.

La tasa de desempleo en Ecuador, combinada con altos índices de informalidad laboral, se traduce en un menor poder adquisitivo para muchas familias. El gasto en diciembre, que solía incluir regalos, ropa nueva y alimentos para las festividades, ahora está condicionado por prioridades más apremiantes: pagar deudas, cubrir servicios básicos o asegurar la educación de los hijos.

Este cambio en las prioridades no solo afecta la dinámica comercial, sino que también influye en el estado de ánimo colectivo. Diciembre, tradicionalmente una época de alegría, enfrenta un contraste con la realidad económica y social que golpea a la población.

La inseguridad y la falta de empleo no solo afectan los bolsillos de los ecuatorianos, sino también su bienestar emocional. Las festividades, que solían ser un espacio para reconectar con los seres queridos, ahora están marcadas por un sentimiento de angustia e incertidumbre. Las reuniones familiares, las cenas navideñas y los intercambios de regalos han disminuido en frecuencia y magnitud, lo que refleja el impacto emocional que tiene la crisis en la población.

El estrés económico, combinado con el miedo a la inseguridad, crea un ambiente de tensión que limita la capacidad de disfrute de las fiestas. Además, este estado de ánimo afecta indirectamente la economía, ya que un consumidor menos optimista es también un consumidor menos activo.

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