La ausencia de Presidentes y Jefes de Estado de Iberoamérica en la cumbre organizada en la ciudad de Cuenca ha generado diversas interrogantes sobre el posicionamiento de Ecuador en la región y el mundo. Este desaire simbólico, aunque pudiera interpretarse desde varias perspectivas, arroja luces sobre cómo nuestro país es percibido en un contexto internacional marcado por crisis internas, desafíos económicos y problemas de gobernanza.
La asistencia a eventos internacionales es siempre una declaración política. Los líderes priorizan aquellos foros que consideran estratégicos para fortalecer alianzas, impulsar agendas nacionales o proyectar liderazgo. En este caso, la notable ausencia de figuras clave sugiere que Ecuador no está siendo visto como un socio indispensable o un actor relevante en la agenda política y económica de la región. Esto no necesariamente responde a una intención de aislamiento, pero sí refleja un debilitamiento de nuestra capacidad de convocatoria.
Ecuador, históricamente, ha desempeñado un rol fluctuante en la política regional. En los últimos años, las crisis internas, sumadas a la inestabilidad política y el incremento de la violencia, han minado su imagen como un país con capacidad de liderar o influir en el panorama iberoamericano. Si bien los temas tratados en la cumbre de Cuenca pudieron ser importantes, no lograron atraer a las máximas figuras de los Estados invitados. ¿Es este un reflejo de una agenda que no conecta con las preocupaciones actuales de la región?
Desde el exterior, Ecuador es percibido como un país sumido en complejos problemas estructurales. La inseguridad, que ha alcanzado niveles alarmantes con el crecimiento del crimen organizado, la crisis energética y los frecuentes conflictos sociales proyectan una imagen de inestabilidad que desalienta la cooperación y el interés político.
Por otro lado, los esfuerzos diplomáticos recientes han carecido de una estrategia clara que sitúe a Ecuador como un interlocutor atractivo. Las ausencias en Cuenca podrían interpretarse como una señal de que los socios internacionales no encuentran en el país una posición clara o fuerte desde la cual colaborar en los desafíos compartidos.
Además de cómo nos ven desde fuera, es importante reflexionar sobre cómo nos proyectamos. Los últimos hechos suscitados en la embajada de mexicana en Ecuador, también marcan la falta de una política exterior robusta, coherente y sostenida lo que debilita nuestra capacidad de ser percibidos como un actor estratégico.
Ecuador debe entender que el respeto y la atención en la arena internacional no se ganan solo con discursos, sino con acciones que demuestren estabilidad, progreso y compromiso con los desafíos comunes. Si no actuamos ahora, el riesgo de un aislamiento aún mayor en la región se convertirá en una realidad que nos costará caro revertir.