La tuberculosis sigue siendo una enfermedad infecciosa preocupante en Ecuador y el mundo. A pesar de los avances médicos, sigue afectando a miles de personas, especialmente en comunidades vulnerables. Se transmite por el aire cuando una persona enferma tose o estornuda, y aunque tiene tratamiento, su control depende de la detección temprana y el acceso a medicamentos adecuados. En un país como el nuestro con desigualdades en el acceso a la salud, el desafío de erradicarla es aún mayor.
El reciente brote en la Penitenciaría del Litoral, que cobró la vida de cinco personas, es una señal de alerta para todo Ecuador. El hacinamiento en las cárceles es un factor determinante en la propagación de enfermedades como la tuberculosis, pero el problema no se limita a los centros penitenciarios. La falta de control y seguimiento de los casos en hospitales y comunidades pone en riesgo a toda la población. La posibilidad de que la enfermedad se expanda a través de contactos en el transporte público, escuelas y centros de trabajo es real si no se toman medidas inmediatas.
El país necesita reforzar su sistema de salud para enfrentar esta amenaza. Se requieren campañas de concienciación para que la ciudadanía conozca los síntomas y busque atención médica a tiempo. Además, es fundamental mejorar el acceso a diagnósticos rápidos y garantizar el suministro de los antibióticos necesarios para el tratamiento. La tuberculosis no solo afecta a quienes la padecen, sino que también impacta a sus familias y al sistema de salud pública, que enfrenta constantes limitaciones de recursos.
El Estado y la sociedad deben actuar de manera conjunta para frenar el avance de esta enfermedad. Es necesario fortalecer las estrategias de prevención, especialmente en sectores de mayor riesgo como las comunidades empobrecidas y los centros de reclusión. La tuberculosis es curable, pero si se ignora su peligrosidad, puede convertirse en una crisis de salud pública. No podemos permitir que una enfermedad prevenible siga cobrando vidas en Ecuador.